La fluidez contenida
Tenemos documentados más de cinco mil años de historia de la pintura china, que conoce diversas tendencias, desde la más elaborada y minuciosa, que da lugar a que se hable de trabajo de chinos, hasta aquella otra, enormemente sofisticada en la concepción y muy escueta en la resolución, que es la que más atrae a los occidentales de nuestra época y, de hecho, la influencias vuelan en ambos sentidos, ya que los modernos pintores chinos incorporan determinado gusto nuestro por la obra sugerida y la mancha abstracta que apenas cobra significación gracias a algún otro elemento más concreto de la composición. Oriente inspiró a impresionistas y modernistas,
y, a su vez, los artistas orientales revisaron sus conceptos a la luz de la moderna pintura europea.
Los mandarines formaban parte de la clase más privilegiada de la antigua China y su completísima formación, además de capacitarles para gobernar una provincia o administrar los tributos, les inculcaba el gusto por las tres supremas perfecciones: la poesía, la caligrafía y la pintura, que practicaban para divertirse, pretendiendo distinguirse de los artistas comerciales con una exquisitez inalcanzable.
Esta pintura china constituye un idioma propio, en el que no se representa la apariencia de un bambú o de un oso panda, sino que se los alude mediante unos trazos tan elaborados y codificados como los de nuestros artesanos decoradores de cerámica, y se los repite durante siglos. El arte reside en la personal caligrafía de cada pintor y en la inmensa libertad compositiva que consiente infinidad de apariencias con unos trazos engañosamente limitados. Observando sus preceptos filosóficos, el artista se concentra durante horas en su motivo, lo aprehende, e incluso llega a identificarse con él, y, a continuación, con pasmosa celeridad y economía de medios, lo plasma en la seda o el papel.